Capítulo cuarto de la versión en "Añol
Promesa rota
Beebusch tenía grandes expectativas sobre el proyecto
secreto de su madre. Imaginaba como sería cumplir más de cuarenta lunas y ser
una madre capaz de hacer tan felices a sus hijos.
En la escuela de magia tuvo que dar muchas explicaciones, como siempre. No
sólo porque la descripción emocionada de su aventura de madrugada parecía
mentira sino porque su vida de viajes, nado con delfines, caza de serpientes,
pesca y peligros era ajena a la gente del bosque. Muchas veces Beebusch había
pedido a su madre que le dibujara escenas de sus treinta y cuatro viajes en
vuelo de águila calva para que sus amigos le creyeran. No es fácil crecer con
el corazón en dos hemisferios distintos. Ir y venir cada dos estaciones a la
cordillera a coleccionar suficiente amor de una familia gigante para dure todo
un año calendario. Aprender a decir adiós cada vez sin derramar una lágrima.
Cambiar de idioma en un abrir y cerrar de ojos, respirar otro aire, vivir con
nostalgia permanente.
La pequeña hada abeja confiaba en la palabra de su madre esperando
pacientemente poder saber al final del día lo que escondían las otras dos
puertas de cristal en la mina. Su madre lucía radiante ese día con un vestido
verde de hojas de hojas de bambú y flores de lavanda. Su pequeña trenza mágica
ya no estaba pero su pelo suficientemente largo, le colgaba ahora de medio lado
en una trenza gorda que ya casi la acariciaba el corazón. Hacía rato no se le
veía tan contenta. Había recibido muchos regalos de su clan de hadas abejas en
la celebración del medio día y estaba feliz contándole a todo el bosque sobre
sus piezas mágicas de joyería. Le había dicho con desafío a su esposo duende
que para el final del día estaba segura de oficializar sus primeros diez
encargos.
Beebush imaginó por un momento que la vida iba a ser totalmente distinta
con la mina propia de Mamá B. Que ella estaría siempre en casa para ellos sin
tener que salir corriendo a trabajar con los joyeros artesanos en el valle y
sufrir por la escasez de oro o platino. Creyó que iba a ser una hadita de esas
que tienen a mamá siempre en casa para recogerlas a diario en la escuela de
magia y evitar pasar tres tardes de la semana en la Torre de Crema esperando a
que mamá saliera del trabajo. La Torre era un sitio muy exclusivo donde además
iba su hermano duende a aprender “Glish” pero estrecho –conceptualmente
hablando- para la ávida imaginación y la sed de aprender de una pequeña hada
abeja bilingüe.
Mamá B estaba lista para subir al palomar tomada de la mano de sus dos
hijos a recoger la correspondencia de cada día. Los mensajes en el bosque
llegan a casa gracias a palomas mensajeras que transportan los columnogramas en
tubillos de cobre amarrados a sus patas. El palomar cubre la parte más alta de
la casa de pino como un casco protector y tiene un para rayos en forma de
caballo en la punta. Está hecho de madera en forma cónica lleno de balcones y
estancias donde las palomas viven o pasan la noche. Generalmente hay una
familia muy grande viviendo allí siempre, como las familias en la cordillera,
mientras una docena de palomas van de paso diariamente llevando y trayendo
mensajes.
Papá duende usualmente está a cargo de recoger los mensajes al final de cada día pero hoy Mamá B no podía esperar el recibir en un columnograma su primer encargo de joyería. Subieron todos juntos, dieron de beber a las palomas y recogieron los tubillos. Pero a medida que desenrollaban los mensajes Mamá B no sólo perdía paulatinamente el color de sus cachetes sino que también se desdibujaba su sonrisa.
Tratando forzosamente de esconder su decepción invitó a los niños a bajar a la casa a comer otra tajada de ponqué de cumple lunas mientras bajaba rauda y veloz como una gacela a su mina. Beebusch trató de seguirla confidente de tener los credenciales suficientes para poder ver hoy a través de las otras dos puertas de cristal pero su madre la detuvo con firmeza.
-
“Mi
pequeña”, dijo Mamá B. Voy a tener que romper mi promesa y tu corazón porque
estoy en serios problemas. Por favor espera aquí en la cocina y ayuda a cuidar
a tu hermano duende.
La hadita creyó que el alzar su ceja izquierda y exhibir su mini aguijón en
señal de protesta le iba a dar algún resultado, pero la ceja aún mas levantada
de su madre y ese aguijón incandescente le indicaron que era mejor obedecer
inmediatamente. El aguijón de Mamá B no se cargaba de veneno luminoso casi
nunca y la situación por ello debía ser entonces realmente escabrosa. Nunca se
le había visto atacar a nadie pero se tornaba de un color rojo intenso como el
de sus mejillas cuando estaba realmente molesta y todas las palabras que
salieran de su boca en esos momentos serían letalmente dolorosas.
Papa llego prontamente, beso a sus hijos como de costumbre pero tan pronto
le contaron que los columnogramas de hoy habían llegado todos en papel de
corteza negro, bajo corriendo a la mina. Mamá B estaba en silencio acariciando
a Pepper Rose con los ojos inundados de lágrimas, tratando obstinadamente de no
dejarlas caer por orgullo. Todo parecía estar en orden pero sin encargos nada
podía funcionar. Esos pequeños tubillos debían haber llegado con un rollo de
pergamino escrito a mano con el nombre y amuleto de un nuevo cliente
protegiendo de uno a cinco granos de oro puro como forma de pago. Pero todo
indicaba que las palomas habían sido interferidas por cuervos de orfebres de
larga trayectoria que no iban a permitir que un hada abeja, mujer y menos
forastera tratara de quitarles su trabajo. En menos de veinticuatro horas de
haber inaugurado su nueva mina, era necesario reinventarse un sistema de pedido
y distribución distinto bajo el radar de esos joyeros que sólo buscan lucro con
su trabajo y no la propagación de la magia de los amuletos.
Y así sería. Una vez superado el cansancio de la desilusión no había más
remedio que seguir adelante mientras un nuevo sol saliera cada día. Mamá B
cerró con llave las puertas del HACER y DAR y se sentó con su esposo duende en
la cámara del CREAR a tomar un té de agua hirviente con anís de esos que de vez
en cuando le ayudan a superar sus tristezas.
Ese lugar contenía la historia de la familia en dibujos pegados a las
paredes transformados en joya. Cada pieza hecha en la mina tenía una razón de
ser ligada al corazón de Mamá B y su nuestra vida. Esta noche no había nada que
inventar ni dibujar; era necesario para y pensar qué nuevo camino seguir, pero la
quietud para ella era un concepto casi inexistente. Así es que se puso a
organizar sus varitas de cera de colores, las tizas, las acuarelas. Sus tintas
caligráficas, las reglas y borradores. Los papeles gruesos y transparentes, los
rollos y libretas.
Su pequeña Beebusch se iba a desmayar de emoción al conocer ese lugar y en
compensación por la promesa rota de hoy la iba a dejar pintar allí toda una
tarde del fin de semana, sin que su hermano duende se parqueara al lado a
llenarle de babas los dibujos. Al terminar de organizar se sentó frente a un
papel en blanco con un carboncillo tajado en espera de que un mensaje del más
allá le diera una buena idea, pero no.
Subió a dar de comer y acostar a sus niños, mediando la típica pelea del
final día por quién sube primero la escalera y le pidió perdón a su pequeña por
haberle faltado a su palabra con un beso triple de buenas noches. Beebush ya
había entendido la dimensión del problema y sólo pidió a cambio que la última
tajada de ponqué de cumple lunas fuera exclusivamente de ella al desayuno.
Mamá B estaba dispuesta a conceder tan simple petición pero como siempre debía
perseverar en el uso de las buenas maneras y le dijo:
-
Beebush,
no se te está olvidando algo? La palabra mágica más importante de todas?
La pequeña hada abeja que sabía perfectamente la respuesta, la miro con
cara de sabelotodo y dijo: Por favor Mamá primorosa? Y con ese dulce tono de un
“por favor” de boca de su hija a Mamá B se le ocurrió una idea genial para
sacar adelante a su mina.