Capítulo quinto
El soponcio
Varias lunas han pasado sin novedad, así como pasan
lentamente los días para un niño antes de cada fin de semana. Beebusch ha
florecido como rosa en primavera y en poco tiempo termina su primer año escolar
llena de méritos y sin un solo llamado de atención. Espera impaciente el último
día para comprar su tan merecido premio en la tienda donde ella misma fabrica
los muñecos de peluche que se convierten en sus más fieles compañeros. Tiene ya
cuatro dientes definitivos y cuatro chiquitines recién nacidos. Las piernas
llenas de morados y piquetes de mosquitos, el pelo largo a la altura de la
cintura. Su voz celestial ha aprendido a cantar mil canciones y su espíritu de
mujer ha crecido sano, fuerte y generoso.
Su hermano duende por el contrario crece a la velocidad de sus pilatunas.
Colecciona heridas y chichones, y hasta volvió a quemarse la mano por andar
tocando cosas calientes cuando no debía. Corre mirando para atrás, tiene pelo
de grueso como de fique y un don especial para hacer que las haditas se
derritan por él. Aprendió el valor de la paciencia y ya no le ruega a Beebusch
por favores ni juguetes, sino espera calmo a que ella se vaya al colegio para
posesionarse tranquilo de lo que quiere. Sale de su cama a hurtadillas para
tomarse el sorbo de leche de soya y las boronas que su hermana ha dejado del
desayuno y procede a llenar sus bolsillos de muñecas y varitas mágicas que se
convertirán en rehenes y espadas bajo su dominio. Para cuando su hermana
regrese, todo estará en su lugar como si nadie lo hubiera tocado.
Mama B parece tener un poco abandonada su mina. Sigue corriendo de un lado
al otro, trasnochando mucho y dedicándose a sus pequeños con gran esmero. Sus
esfuerzos por sacar adelante su joyería han sido aplacados por las mil y una
necesidades de los joyeros artesanos que no la dejan ni dormir tranquila
rogándole por más y más diseños. Ha derramado incluso lágrimas de frustración
que se parecen mucho a las lágrimas común y corriente; quizás un poco más
rabiosas y menos sentimentales.
Pero un domingo al comienzo de esta primavera, Mama B no se pudo levantar.
Paso la hora del desayuno, del almuerzo, de la comida y nunca se despertó. Papa
parecía actuar con naturalidad, pero a Beebusch le parecía todo muy extraño.
Los platos se acumulaban en el fregadero, los niños comían y hacían lo que querían
sin la más mínima interferencia. Pero después de mucha preguntas Papa
finalmente les conto que Mama B había sufrido un soponcio y debía dormir hasta que se recuperara.
Al parecer se levantó a media noche a consolar al hermano duende y de
pronto se empezó a sentir muy mal y PURRUNDUN! Le dio el soponcio. Cayó al piso
en brazos de Papa y se desmayó como hacen las princesas. Papa le oprimió su
corazón para que no parara, tal como aprendió en la cordillera ayudando a
duendes mal heridos, y la llevo montada en Lechuza al hospital. Beebush y su
hermano duende se perdieron la oportunidad de ver a la lechuza con sus ojos
rojos intermitentes y su ruido de sirena llevarse a mama bajo la lluvia. Pero
eso pasa cuando se hace mucho relajo de día. Quedan tan cansados las haditas y
duendes que no los despiertan nada ni nadie durante la noche.
Tras ese soponcio aprendieron lo que era tener un corazón. Como late en
dentro pecho y como se puede dañar si no se cuida comiendo bien y viviendo
tranquilos. Aprendieron que en el corazón vive el amor y por eso a Mama B no es
que se le olviden los nombres de sus hijos cuando les dice todo el día: “mi
corazón”. Es que cada vez que quiere hablarles o decirles algo, el amor le atropella las
palabras y se sale antes que el nombre.
La vida desde entonces parecía distinta. Mama visitaba muchos búhos
hechiceros para que le diagnosticaran la causa del soponcio y sufría de pensar
que su corazón se hubiera roto de tristeza por el abuelo Cheche y de cansancio
por vivir con tanto afán. Con Mama B enferma no había forma de sobrevivir en el
bosque. Solo la familia grande que vive toda en la cordillera podría ayudarnos
si a ella le pasara algo y tal vez volver a la cordillera era la respuesta.
Pero no. Los búhos finalmente dijeron que ella iba a estar bien pero que su
cuerpo flaco necesitaba un mejor trato. Y la vida en la casa de pino cambio
desde entonces. Mama B no volvió jamás donde los joyeros artesanos. Contrario a
lo que pensaba la pequeña Beebusch, el no volver a allá hacia feliz a su madre.
La dejaba con el corazón tranquilo y podía dormir bien por las noches. Por
primera vez la pequeña hada abeja estaba entendiendo que hay formas de hacer
bien las cosas, de hacer mal las cosas y de hacer bien las cosas complicadas, por difíciles que parezcan.
Como el “cambis-cambeo” que practicaba con su hermano duende; en lugar de
raparle los juguetes que él tomaba sin permiso y empezar una pelea, Beebusch se tomaba
un tiempo de más para llamar su atención sobre otra cosa mientras ella lo
cambiaba por el juguete que tanto quería recuperar.
Era muy fácil hacer feliz a su hermano duende. Pero también era fácil y casi placentero mortificarlo y hacerlo llorar. En cada día de sus vidas había por lo menos un “agarrón”. Por todo y nada en especial. Una necesidad de marcar territorio, comparar el cariño de los padres, la fuerza adquirida, las nuevas palabras y su efecto sobre los otros. Como si el espíritu necesitara dejar salir las malas energías y el cansancio acumulado con aquellos que nos aman y que siempre nos perdonan. Como si el mundo no fuera lo suficientemente enorme para todos, existia era odiosa necesidad de fastidiar a los otros.
Ya muy pronto llegaria el verano con sus dias primorosos, con chorros de agua para refrescarnos las alitas, con amigos que van y vienen de visita a nuestra casa y con un paseo maravilloso en aguila calva hacia la cordillera donde esta el resto de la familia.